ETA rompe la tregua ETA
Los terroristas colocaron una furgoneta con
200 kilos de explosivos en la nueva terminal del aeropuerto Las víctimas son sendos ciudadanos ecuatorianos que habían acudido a recoger a unos compatriotas
ETA cumplió los peores pronósticos ayer, a los nueve meses de declarar el alto el fuego, con un potente coche bomba que provocó el hundimiento de un edificio de aparcamientos del aeropuerto de Barajas e hizo saltar en pedazos la esperanza de una paz duradera. La banda alertó por teléfono una hora antes de la explosión y la reacción de la Policía Nacional y la Guardia Civil logró evitar una masacre, aunque los agentes investigan la desaparición de dos ecuatorianos que supuestamente se encuentran bajo los escombros. En caso de confirmarse su muerte, serían los primeros asesinados por la banda terrorista desde mayo de 2003. El estallido originó una avalancha de cristales, cascotes y piezas de automóvil que hirió a 19 personas, mientras otra onda expansiva, más sutil pero también dañina, acababa con las frágiles ilusiones cultivadas en los últimos meses por la población.
En Madrid, las imágenes apocalípticas del atentado reabrieron la dolorosa llaga del 11-M. El módulo D del aparcamiento de la flamante Terminal 4, un moderno edificio de cinco plantas con la fachada principal de cristal, reventó y se vino abajo como un castillo de naipes. Sólo aguantó en pie una parte, reducida a un esqueleto sin techo ni paredes. Los restos de la construcción quedaron envueltos en una densa humareda y, cada cierto tiempo, los coches destrozados del interior volvían a provocar pequeñas explosiones e incendios, que enrarecían aún más el aire y obligaban a los bomberos y los empleados de limpieza a trabajar con mascarillas y botellas de oxígeno. Según las primeras estimaciones de la policía, los terroristas podrían haber utilizado alrededor de 200 kilogramos de explosivos aún sin determinar, lo que convertiría esta bomba en la más potente desde el atentado contra el cuartel de Vic, en 1991.
El primer aviso de la colocación del artefacto se produjo a las 7.55 horas, según explicó en una rueda de prensa el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba. Un comunicante anónimo, «entrado en edad» y muy nervioso, llamó al teléfono de la DYA (la Asociación de Ayuda en Carretera) en Guipúzcoa. Sin decir que hablaba en nombre de ETA, alertó de que una furgoneta 'Renault Traffic' iba a explotar a las nueve de la mañana en uno de los estacionamientos de la T4 de Barajas. El hombre, que hablaba en castellano, detalló que el vehículo era de color granate e incluso dio el número de la matrícula (6405-DKY), si bien se equivocó en alguna cifra.
Diez minutos después, se producía otra llamada a un teléfono poco habitual para estos menesteres, el del Parque de Bomberos de Madrid. Al parecer, el comunicante era el mismo etarra. Finalmente, a las 8.30 horas, el servicio de emergencias SOS-Deiak de Guipúzcoa recibió una tercera llamada en la que el sujeto insistió en que el aviso «iba en serio» y, esta vez sí, se identificó como miembro de ETA. Además, especificó que sería un «grave error» tratar de desactivar el artefacto, ya que la bomba tenía «gran potencia». Según fuentes de la investigación, las dos primeras llamadas se realizaron desde un móvil de prepago, mientras que la tercera procedía de una cabina de San Sebastián.
SOS-Deiak y la DYA avisaron a la Ertzaintza, que a su vez trasladó la alerta a la Secretaría de Estado de Seguridad. Los bomberos, por su parte, informaron de lo que ocurría al 091. Para las 8.30 horas ya habían llegado a los aparcamientos decenas de agentes de la Policía Nacional -sobre todo, antidisturbios- y la Guardia Civil, que desalojaron en unos minutos los seis edificios de garajes con que cuenta la terminal, así como sus alrededores. Lo hicieron «a viva voz», sin ayudarse de megafonía, a medida que iban revisando las instalaciones en busca de la 'Renault'. Para cuando hallaron la furgoneta en una cuarta planta entre los módulos C y D, ya no quedaba tiempo para desactivar el explosivo, de modo que optaron por esperar a que venciera el plazo indicado por el comunicante.
Sacudida tremenda
A las nueve en punto, una «explosión muy potente», en palabras del ministro del Interior, sacudió los cimientos de los dos aparcamientos. La onda expansiva se propagó en horizontal y no en vertical, como suele ser habitual, lo que potenció sus efectos: quedó afectado más del 60% de los forjados del edificio D, sus cinco plantas se hundieron total o parcialmente. La lluvia de cristales procedentes de la fachada barrió el edificio principal de la T4, que se alza justo enfrente, y pedazos de la furgoneta salieron despedidos, como metralla, y volaron a más de 500 metros de distancia. Se desencadenó un gran incendio, del que surgía una enorme columna de humo negro visible desde kilómetros de distancia. El estallido se dejó sentir incluso en las obras del metro que servirá a la terminal.
En un principio, se creyó que el atentado sólo había provocado heridos leves. Los servicios sanitarios atendieron a 24 personas, de las que cinco sufrían crisis de ansiedad. El resto presentaba diversas lesiones, aunque se trataba principalmente de cortes y magulladuras superficiales, y sólo cinco fueron trasladados a centros médicos. Pero pronto se supo que este balance inicial de víctimas se había quedado muy corto, al denunciarse la desaparición de dos ciudadanos ecuatorianos que supuestamente se encontraban todavía en el aparcamiento cuando se produjo la explosión. Se trata de Diego Armando Estacio Civizapa, de 19 años, y Carlos Alonso Palate, de 35, que habían acudido a recoger a parientes o amigos que llegaban a Madrid.
Los equipos de rescate avanzaron ayer que las labores de búsqueda pueden prolongarse durante varios días, ya que se han acumulado toneladas de hormigón y se mantiene el riesgo de que se desplome la parte del edificio que sigue en pie. Ocho dotaciones de bomberos tenían previsto trabajar toda la noche con dos cizalladoras de gran tonelaje, en una operación «muy parecida» a la que se llevó a cabo en el rascacielos Windsor. Como en aquella ocasión, su intención consiste en «desmontar entero» el módulo. Fuentes de los servicios de emergencias explicaron que los incendios de varios automóviles seguían activos bajo los forjados desplomados, de manera que las brigadas tendrían que esperar a que se «autoextinguiesen» por agotamiento del combustible. «Es muy difícil que alguien haya sobrevivido», admitió el portavoz.
También el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, consideró «materialmente imposible» acelerar la búsqueda: «No es cuestión de horas, sino de un tiempo muy considerable», lamentó. Los allegados de Alonso y Estacio permanecían anoche en las dependencias policiales de la T4, asistidos por los servicios sanitarios. La ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, explicó que el coche de uno de los desaparecidos estaba «cerca» de la furgoneta utilizada por ETA.
El riesgo de desprendimiento también ralentiza la investigación que llevan a cabo los agentes de la Policía Científica, que afrontan tremendas dificultades para recoger pruebas en el escenario del atentado. Por ello, los cálculos sobre las toneladas de explosivo empleadas sólo se basan de momento en los efectos de la bomba. Los agentes están repasando las grabaciones de las cámaras de seguridad del aeropuerto y siguen el rastro de la llamada realizada desde la capital guipuzcoana, en busca de pistas sobre la identidad de los etarras.
Indagaciones
Las primeras indagaciones apuntan a un comando 'legal' -no fichado por la policía-, itinerante y desplazado ex profeso desde Euskadi, que habría dejado la furgoneta en el 'parking' ayer mismo o el viernes y se habría marchado de Madrid antes de que se produjera la explosión. Al parecer, la 'Renault Traffic' había sido robada hace cuatro o cinco días en una localidad vasca, aunque los agentes no han podido dar con el bastidor del vehículo para confirmar esta hipótesis más allá de toda duda.
El coche bomba obligó a cortar todos los accesos por tierra a la terminal, lo que dio lugar a un descomunal atasco en las inmediaciones de Barajas. En el aeropuerto, miles de pasajeros fueron evacuados a las pistas en el momento de la explosión y se vivieron momentos de gran tensión. Toda la jornada estuvo dominada por los retrasos y las cancelaciones, el reparto de mantas y bebidas entre los viajeros atrapados y el caos en el servicio de equipajes. Las operaciones en la terminal no se reemprendieron hasta la una de la tarde, pero las consecuencias del atentado se sentían todavía a las siete. Mientras una multitud de curiosos seguía las labores de retirada de escombros, miles de viajeros trataban de informarse sobre la suerte que iba a correr su vuelo.
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