Se llamaba Aisha Ibrahim, era joven. Tenía 23 años, y tuvo la desgracia de nacer mujer en un país de influencia musulmana. Un país en el que si naces mujer, ya tienes pocas posibilidades de desarrollo. Vivirás sometida de por vida al hombre. Primero a tu padre, y después a tu marido. Un país en el que la “justicia” la “ejercen” los hombres. Un país donde si cometes un delito, y eres mujer, la pena por ese delito es muy superior a la que condenarían a un hombre. Incluso, si eres mujer, y te consideran culpable de adulterio, te matan a pedradas. Y así a muerto Aisha. Apedreada. Lapidada por 100 "hombres", y a la vista de otros mil más. Cuentan que tuvo una agonía larga, y que incluso pararon la lapidación hasta tres veces para comprobar si estaba muerta.
Tenía 23 años y era mujer. Y aquí, preocupándonos por si gana Obama o Mckein. Por el color del coche que nos vamos a comprar. Por si Zapatero va o no a una cumbre en Estados Unidos. O por unas opiniones de una mujer llamada Sofía. Lo jodido de esto, es que, a parte de su muerte, pasado mañana, ya me habré olvidado de ella.
Se llamaba Aisha, era mujer y murió en Somalia a manos de los hombres. No quiero olvidarlo.