He encontrado esto por ahí, en fin, cogerlo con pinzas pero vienen algunos datos interesantes como la nevada de Sevilla...
Hace tres siglos el cambio climático fue más radical.
Impotencia e ignorancia. Ocurría durante la Pequeña Era Glacial. Arqueros lanzando flechas para ahuyentar la tormenta y el granizo (Copia de la Biblioteca Nacional de Paris de un grabado de Gentibus septentrionalibus, por Olaus Magnus, Roma 1555). La inestabilidad climática, los cambios repentinos y desconcertantes de frío/calor y de lluvia/sequía, que tanto nos alarman en nuestros días, fueron mucho más acusados y dramáticos hace tres siglos, cuando no existía la contaminación atmosférica que produce el efecto invernadero y el consiguiente cambio climático. Las gentes de entonces sufrieron los efectos de alteraciones y contrastes de clima tremendos, inimaginables para nosotros.
En aquellos tiempos, cuando el género humano ejercía una insignificante influencia en la Atmósfera y la Naturaleza, y éstas no tenían razón alguna para pasar factura, se sufrieron increíbles periodos de frío polar, durísimas sequías y desastrosas inundaciones de mucha más intensidad y duración que las actuales, a causa de ciclos climáticos alterados por cambios de las corrientes marinas, influencias de la órbita solar y grandes erupciones volcánicas, decisivas por sí solas o combinadas.
Pueden parecernos increíbles, pero los episodios climáticos están muy bien documentados, por numerosas y detalladas informaciones de archivos eclesiásticos, actas municipales, crónicas y publicaciones locales. Y algo tan fiable como son los anillos concéntricos de crecimiento anual de árboles centenarios, en los que sus anchuras testimonian los años que fueron lluviosos, normales o secos.
Para ilustrar estos acontecimientos climáticos de hace unos siglos ofrezco al lector, dentro del restringido espacio de un artículo periodístico de divulgación, algunos de los numerosísimos datos reseñados por Inocencio Font Tullot, meteorólogo e historiador, en su libro Historia del Clima de España, publicado por el Instituto Nacional de Meteorología.
El autor se remonta a interesantes periodos glaciares, y cálidos intercalados de eras geológicas remotas, pero me ceñiré al periodo del siglo XVI al XVIII, y referido preferentemente a Andalucía.
El cambio climático más acusado y duradero es conocido como la Pequeña Era Glacial, ocurrida entre los siglos XVI y XVII, la que, por cierto, no está recogida en los la mayoría de los libros de Historia, no obstante la determinante y decisiva influencia que tuvo en el devenir social, histórico y económico de nuestro país.
En dicho tiempo se produjo el avance de los glaciares alpinos, las olas de frío intensísimo y grandes nevadas fueron frecuentes en toda Europa. En el siglo XVII el río Támesis se heló once veces. Los temporales en el Atlántico Norte, en 1588, diezmó a la Armada Invencible. Durante los tremendos inviernos de 1608 y 1684 se llegaron a formar cinturones de hielo de unos cinco kilómetros de ancho sobre las costas de Inglaterra y Francia en el Canal de la Mancha. El río Ebro se heló a su paso por Tortosa, tanto que fue cruzado por un hombre montado en una mula. Los inviernos de frío intenso fueron 35 en este siglo.
Sin duda, el régimen de precipitaciones en el siglo XVI fue notablemente más irregular que el de nuestro tiempo. Entonces, a las frecuentes y severas sequías se unieron ocasionales lluvias torrenciales.
Otros datos: En 1503, una nevada en Sevilla alcanzó 30 centímetros de altura. Dando un salto entre las cúspides de los inviernos más fríos, en 1694 volvió a helarse el Ebro a su paso por Tortosa. Según el cronista, el espesor del hielo se calculó en tres metros y el río fue transitado a pie y en monturas. Posteriormente, durante 15 días. bajaron por el río témpanos de hielo. Comparados tales extremos con las olas de frío actuales, éstas resultan insignificantes; nos alarmamos por gozar de las protecciones y del confort más refinado.
El contraste sequías/riadas y frío polar/veranos tórridos fueron muy frecuentes en los siglos de la Pequeña Era Glacial. Inimaginables para nosotros, que nos atemorizamos cuando el balance pluviométrico tiene un déficit del 20 por ciento, resulta el protagonismo de las sequías de entonces (60, un 30 por ciento del periodo de los dos siglos), con desastrosas consecuencias para la nación y la mayoría de los 6.600.000 habitantes de entonces.
En Andalucía fueron tan asoladoras las sequías que en algunos años ni siquiera se recogió grano para la siembra del año siguiente; y el pan era la base de la alimentación. Contrastando con lo dicho, ocasionales tormentas torrenciales causaron numerosas riadas e inundaciones, muchas de ellas con víctimas humanas. Las de Sevilla y Málaga, las más numerosas, se reseñan en el artículo de apoyo de esta página.