El diario SUR saca esta información hoy:
INUNDACIONES EN RINCÓN. 12 MESES DESPUÉS
Rincón, un año después: Sus habitantes temen nuevas inundaciones
Hoy se cumple un año de la riada que asoló Rincón de la Victoria. Las heridas siguen abiertas y los vecinos se estremecen cuando vuelve a llover
TEXTO: MERCEDES PERIÁÑEZ
MÁLAGA
NADA queda de la desoladora imagen de lodo, piedras y guijarros que se apoderó de Rincón de la Victoria. Ha pasado un año desde la riada que asoló al pueblo, pero las heridas del temporal permanecen abiertas en la memoria del municipio. La normalidad ha vuelto, pero con paso cansado. Los vecinos se estremecen por dentro cuando miran al cielo y ven que comienza a chispear. El miedo a que la lluvia le muestre otra vez su peor cara planea aún sobre la mente de los damnificados por las inundaciones. Tres de ellos relatan cómo ha sido la reconstrucción de sus hogares y cómo vivieron aquellos momentos.
CRISTINA OLLERO
Avenida del Mediterráneo
«Si veo llover fuerte, me voy de la casa»
«Vivimos momentos de pánico e impotencia». Cristina Ollero resume de ese modo la sensación de estar atrapada durante horas en el interior de su vivienda, mientras veía cómo la lluvia torrencial se adentraba por la ventana hasta el último rincón de la casa. Cuando las aguas volvieron a su cauce, tuvo que cambiar todos los muebles, pintar de nuevo la casa y quitar barro durante semanas. Sin embargo, el temporal dejó su huella en el inmueble de esta inquilina de la avenida del Mediterráneo, por donde el arroyo Cementerio desvió todo su caudal. «Todavía no se ha quitado la humedad de la pared. Hemos tenido que poner una planta para taparla»,bromea Ollero, que aún se estremece cada vez que recuerda lo sucedido.
Su vivienda es una de las más antiguas del barrio y una de las más perjudicadas. «Hemos tenido que estar con las estufas las 24 horas del día durante todo el invierno para quitar el frío de las paredes y el suelo». «Las paredes y el suelo son de tierra, -explica- por lo que la humedad no se va».
En su caso, el temporal de hace un año cayó sobre mojado. «Era la segunda inundación en menos de tres años», recuerda. «En la primera casi entró más agua, pero como fue en más tiempo podíamos eliminarla. En la del año pasado -recuerda- el agua nos llegaba hasta la rodilla».
La escena aún sigue fresca en su memoria. «El miedo fue muy grande porque fue de golpe», recuerda esta vecina que tuvo que observar cómo ataban a una de las vecinas que se encontraba en la calle a la reja, ya que la fuerza del temporal la arrastraba. «Tuvimos que subir a mi madre, que en esos momentos estaba enferma, a la planta de arriba». «Ella lloraba -recuerda Cristina Ollero- porque veía cómo todos los recuerdos de su casa se perdían».
Este año la meteorología les ha dado una tregua, pero la incertidumbre y el miedo no se les ha borrado. «Cuando caen dos gotas nos entra el pánico por el cuerpo». «Sin ir más lejos, con la lluvia de noviembre el agua llegó hasta el bordillo de la casa, y estuvimos todos asomados desde el balcón de la planta de arriba para ver si pasaba de ahí», relata Cristina Ollero. Y añade sin cortapisas: «No nos sentimos para nada seguros. El día que vea llover fuerte me voy de aquí. No me quedo».
Una inseguridad que, en palabras de esta vecina, está causada por el cambio que se ha realizado en el curso natural del río. «Si el agua hubiera entrado por su arroyo, quizá aquí no hubiera llegado». plantea.
MERCEDES PÉREZ
Avenida del Mediterráneo
«Guardo de recuerdo un cuadro con barro»
Mercedes Pérez, vecina del antiguo barrio de pescadores, todavía guarda restos de lodo en su vivienda. La altura hasta la que llegó el agua de la riada está reflejada en uno de los cuadros que tenía en su pequeña habitación. «Esto no lo he limpiado, ni lo voy a limpiar. Me lo quedo de recuerdo», mantiene esta rinconera de 64 años.
La inundación le cambió la vida, sus esquemas. «Mi madre de 103 años, que siempre ha vivido conmigo en esta casa, se ha tenido que ir durante el invierno a vivir a la de mi hermana porque no se sabe lo que puede pasar y no está para salir corriendo», relata Mercedes Pérez, que tras lo sucedido tuvo que empezar de cero.
En su casa no quedó nada tras la riada. «Mi sobrino y mi cuñado vinieron a ayudarnos a sacar el agua y después, todos los muebles», cuenta Mercedes Pérez, que aún recuerda las palabras de aliento de la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, después de la avenida.
Los muebles se renovaron, pero los recuerdos de toda una vida se fueron con la misma rapidez con la que el agua discurría por la vivienda. «Era una maravilla lo que tenía debajo de la cama: cosas de cuando era pequeña, hechas a mano con ganchillo y bordadas con hilo». «Tenía cerca de un centenar de libros de muestras y motivos, pero no quedó nada. Sólo las cuatro paredes», relata esta vecina, que confiesa que también tiene miedo cada vez que llueve.
La adversidad y la tragedia ante la inclemencia le hizo agudizar el ingenio. «Este año no ha hecho falta porque no ha llovido tan fuerte, pero puse una compuerta. La anterior quedó destrozada, -añade- y ahora tengo preparado un saco de cemento para ponerlo encima del váter, para que no salga el agua a borbotones», asegura esta vecina, que aún recuerda cómo hace un año el fango brotó por ahí como una fuente.
FRANCISCO LÓPEZ
Avenida del Mediterráneo
«Mi preocupación era salvar a las gallinas»
La ubicación de su vivienda era estratégica. Levantada varios metros sobre una loma en una bocacalle que comunica con la arteria principal del municipio, nada hacía presagiar que la tragedia también llamaría a su puerta. «Cuando vi la forma en la que caía el agua, me asomé a la puerta. Todo estaba bajo control, pensé que a mi casa no llegaba, hasta que uno de esos muros se rompió», dice Francisco López, mientras señala las paredes. En aquel momento, la incertidumbre se adueñó de él.
Su mayor preocupación era salvar su pequeño corral de gallinas, que está junto a la entrada de la vivienda. «Si no llego a actuar rápido, se hubieran ahogado todos los animales». «Tuve que quitarlos de ahí y meterlos en el interior de la casa, encima de la mesa», relata este inquilino, que estuvo un par de horas -desde las seis a las ocho de la mañana- impidiendo que el fango entrara en la casa. «Mis animales son lo único que tengo desde que me quedé viudo, hace muchos años», dice lacónico el jubilado, al que la avenida le sorprendió sólo en casa.
Para Francisco, las pérdidas fueron de menor cuantía. «No me hizo dañó a los muebles y no hizo falta cambiarlos tras el temporal, porque tapé la entrada de la puerta», recuerda. No obstante, la ayuda recibida -mucho más baja que la que se destinó a los mayores damnificados- le sirvió al menos para arreglar los desperfectos que el paso de la riada causó en su vivienda.
Ha pasado un año. El pueblo sigue en obras para prevenir las avenidas, y la memoria de la catástrofe sigue muy viva en Rincón de la Victoria. Son recuerdos inundados por la riada de los arroyos desbocados. Pero también por la falta de garantías de que el agua no volverá otra vez a campar a sus anchas.