Y muy cariñosos y fieles, a poco que se les cuide y quiera.
Podría contaros varias "historias" de los perros que hemos tenido en mi familia y de otros animales, pero tampoco quiero ser pesado. Sólo apuntaré una:
Teníamos hace años una perra blanca a la que mi abuelo (que está ya en el Cielo) mimaba con locura y el animal, como suele ocurrir, le correspondía. Al hombre le tocó un viaje a la costa de diez días de duración y se marchó para no perder esa ocasión única, siendo, desde luego, las únicas vacaciones de las que disfrutó en su dura vida. La perra, en ausencia de mi abuelo, estaba triste, no comía, recorría el pueblo buscándolo como loca, ladraba sin parar, etc. Estábamos desesperados, ya que el animal daba auténtica pena, parecía que iba a enloquecer. Lo peor es que no había forma de hacer que comiera nada, ni lo más sabroso que se nos ocurría (hígado, leche con pan, miel). Finalmente, pasados cinco o seis día se tendió en medio de un huerto que tenemos, al que solía acompañar al abuelo, y de allí no se movía. Os podéis imaginar el día que finalmente llegó mi abuelo: todo el pueblo conocía la situación y estaba expectante para asistir al reencuentro. Mi abuelo, apenas llegó, llamó a distancia a la perra, a su manera característica, pronunciando su nombre y silvando... ¡jamás he visto a un animal correr más rápido, a su encuentro, dar semejantes saltos de alegría, ladrar así y... comer de qué manera simple pan duro!. Al hombre se le caían las lágrimas y, a los demás, pues casi casi. Lo curioso es que mi abuelo, informado durante su ausencia por nosotros de la situación a través del teléfono, apenas disfrutó del viaje: juró que, si hacía otro, se llevaría a la perra.
Sé que es una historia muy sencilla y seguro que repetida con frecuencia en términos semejantes pero, ahora que la recuerdo, lo cierto es que no puedo evitar emocionarme recordando a los seres más queridos y observando esa pequeña muestra de amor... ¡cómo calificarla de otra manera!.
Un saludo.