Interesante la vegetación de Cerroyera, lugar que sólo conocía desde la N-111, y que gracias a las fotos y explicaciones de ventrosa, ahora conozco un poco más

Os relato a continuación un curioso encuentro que tuve ayer tarde:
Estaba yo recorriendo los caminos de mi segunda guarida, la burgalesa, ya metiéndose el sol, con una buena cosecha fotográfica en el zurrón y pensando ya en echar un par de cañas cuando avisté una nutrida manada de corzos (aún agrupados al modo invernal) pastando despreocupadamente en un rastrojo rodeado de rebollar y pinar maduro (P. nigra en este caso), la típica parcela en la que suele uno verlos al atardecer desde cualquier carretera. Eran 9 en total, si bien desigualmente repartidos, con un grupo central de 5 individuos, entre los que destacaba un macho maduro, con buen cuarto delantero, que no nos quitaba ojo de encima. Tres más pastaban algo más arriba, junto a la linde del bosque, y un último individuo solitario lo hacía a un centenar de metros de los demás, en una esquina de la pieza. Sin abandonar el camino, me fui acercando, esperando la espantada en cualquier momento, y ésta se produjo con celeridad, gráciles brincos, y los acostumbrados ladridos por parte del cabecilla del grupo, mostrándome un abanico de culeras blancas que se fueron perdiendo entre los pinos. Sin embargo, el corzo apartado de los demás no huyó, permaneció en el sitio, mirándonos fijamente. Intrigados, nos acercamos progresivamente más a él, y éste prorrumpió en ladridos muy estrepitosos y continuados. Se movía nervioso, de un lado a otro pero sin alejarse, manteniendo siempre la distancia, y comenzó a avanzar en arco alrededor nuestro, sin perdernos de vista, y sin dejar de emitir ladridos cortos y roncos. Estuvimos un buen rato observando como nuestro amigo cabeceaba al estilo de los mihuras en nuestra dirección, e incluso nos desafiaba arañando la tierra con sus patas delanteras, sin dejar de describir arcos siempre a la misma distancia, sin huir. Observé que, cuando brincaba, hacía gestos extraños, se movía de forma rara, parecía querer arrancar hacia el bosque en algunos momentos, pero se frenaba como si le fallaran las patas, por lo que empezamos a sospechar, y comentar en voz alta (lo que tampoco desencadenó su huida) que quizá su comportamiento se debiera a estar enfermo o herido. Cogí los prismáticos y estuve escudriñando más en detalle (había poca luz ya) el cuerpo de nuestro colega, y localicé, en un costado, una gran herida, le faltaba la piel entre la paletilla delantera y el vientre, con sangre, un buen agujero cerca de la pata, y lo que parecían varias heridas secundarias alrededor... nuestro amigo había sido víctima de los furtivos, y probablemente eso era lo que motivaba que no pudiera moverse con seguridad, y se mostrara envalentonado y, a su modo, fiero contra nosotros, como buen animal salvaje herido. La noche se nos echaba encima y nos fuimos retirando, mirando atrás, y viendo como nuestro amigo quedaba solo en la pieza, caminando (ahora lo entendíamos) ya con ostensible cojera, pero en círculos, mal panorama sin duda el que le espera. Esperemos que, al menos, allí donde caiga, lo consuman buitres, zorros y tasugos, y no sirva de trofeo de su tramposo y ventajista asesino que no merece nombre de cazador ni honor ninguno.