Para redondear el tema de las glorias, y sentirnos todos unidos por Soria y por el Cerrato a la vez, comentaré que, durante mis tres años residiendo en Soto de Cerrato, tenía que encender religiosamente la gloria todos los días, y calentaba que daba gusto. Allí teníamos dos tiros, uno salía hacia una chimenea en un extremo de la casa, por debajo de un dormitorio, y el otro hacia otra al otro extremo, por debajo del salón. El resto de la casa heladita estaba, ahí está el fallo.
Además en aquella casa lo malo es que había que encender a través de una trampilla en el suelo, tumbado en el suelo o en escorzo (qué difícil mover los leños desde esa posición, en la que no logras hacer bien de fuerza) metiendo tizones, tablones de muebles desguazados, y demás leñas varias, y sudando tinta, a veces, para que encendieran bien y aguantaran, porque no teníamos suerte de leña, y usábamos trozas de pino sobrantes de los experimentos de la Universidad, y trozas de chopos desarraigados de las riberas del Pisuerga, cedidas por nuestro casero. Hacíamos dos fuegos, uno hacia cada tiro. Por suerte dormíamos en una de las habitaciones agraciadas.
El chopo, como ya sabeis, se quemaba echando mixtos, con un poder calorífico más bien escaso, y el pino ardía por fuera y luego se apagaba, y había que re-encender taitantas veces... Cómo añoraba en esos momentos un buen cargamento de encina, roble, o haya...
Calentaba muchísimo, pero daba mucho trabajo. En otras casas del Cerrato y la zona Duero-Esgueva he estado en casas con gloria más cómoda, donde se encendía el fuego a nivel del suelo, etc.
Bueno, muchas anécdotas y aventuras vivimos en esos años, de modo que el Cerrato palentino ocupa un rinconcillo de mi corazón también.