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Autor Tema: Málaga  (Leído 2985 veces)

Santo Pitar

  • Visitante
Málaga
« en: Octubre 02, 2008, 01:15:11 am »


Un poeta, dijo sobre Málaga:

“Siempre te ven mis ojos, ciudad de mis días marinos
colgada del imponente monte, apenas detenida
en tu vertical caída a las ondas azules,
pareces reinar bajo el cielo, sobre las aguas,
intermedia en los aires, como si una mano dichosa
te hubiera retenido, un momento de gloria
antes de hundirte para siempre en las olas amantes.
Pero tú duras, nunca desciendes, y el mar suspira
o brama, por tí, ciudad de mis días alegres,
ciudad madre y blanquísima donde viví, y recuerdo
angélica ciudad que, más alta que el mar, presides sus espumas.
Allí también viví, allí, ciudad graciosa, ciudad honda.
Allí, donde los jóvenes resbalan sobre la piedra amable,
y donde las rutilantes paredes besan siempre
a quienes siempre cruzan, hervidores en brillos.
Allí fui conducido por una mano materna.
Acaso de una reja florida una guitarra triste
cantaba la súbita canción suspendida en el tiempo;
quieta la noche, más quieto el amante,
bajo la luna eterna que instantánea transcurre.
Por aquella mano materna fui llevado ligero
por tus calles ingrávidas. Pie desnudo en el día.
Pie desnudo en la noche. Luna grande. Sol puro.
Allí el cielo eras tú, ciudad que en él morabas.
Ciudad que en él volabas con tus alas abiertas.
(Vicente Aleixandre. Sombra del paraíso. 1944)

Málaga. Ciudad de la luz. Donde el sol encontró alojamiento perpetuo. Donde a la caída de la tarde, este espera a Selene, para unidos en el cielo, asomarse a Gibralfaro. y contemplar tu belleza. Ambos te ofrecen su luz. Primero a los montes. Esos que te protegen de los fríos vientos del norte y sirven de esparcimiento a los malagueños. El Castillo guarda tus sueños, casi eternamente primaverales. La Alcazaba y el Teatro Romano, guardan entre sus piedras, leyendas, tesoros, historia que se remonta más allá de los fenicios. Por aquí han pasado, y pasan las culturas que marcaron, y marcan la cultura mundial. Ninguna es extraña a ti. Todas definen lo que eres. Por ello, tus gentes somos acogedoras. Aquí, nadie es extranjero. Todos tenemos nuestro rinconcito. Un rincón que encontraremos tal vez al final de calle San Agustín, la más bonita de tus calles, junto a algún naranjo de la catedral. Puede que cerca del monolito a  Torrijos, en la Plaza de La Merced. Por aquí corría tras las palomas un niño llamado Pablo. Cuando ya, un poco más mayor, las pintaba en lienzos. Dicen que fue un genio de la pintura. En esta plaza, está la casa donde nació. Tal vez a la sombra de algunas de las ninfas del parque, encuentres ese rinconcito. Ten cuidado con Platero. Si. Ese burrito que “…es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.”(1) Lo encontrarás esperando a los niños. Paciente y dócil. No protesta. Se deja montar. Que se sujeten de sus orejotas. Tal vez que le tiren del rabo. Él sabe que lo hacen con cariño. Sin maldad. Los niños son así. Al otro lado del parque, Rubén Darío te abre sus puertas. Podrás descubrir especies que las trajeron de más allá de la mar. Hasta de la China. Y quien sabe si habrá alguna de Pernambuco. Nunca he estado en Pernambuco. Pero se que existe. Cuando de pequeño preguntaba donde estaba algún lugar, alguien siempre decía: “lejos. De más allá de Pernambuco”. De Australia si he visto algunas especies. Y mira que está lejos Australia, pero más debe estarlo Pernambuco. Ahora nos están arreglando el puerto. De donde antiguamente, los cenacheros salían pregonando el pescado, con los pantalones y camisas “arremangás” hasta aquí:

“Allá van sus pescadores
con los oscuros bombachos
columpiando los cenachos
con los brazos cimbradores.
Del pregón a los clamores
hinchan las venas del cuello:
y en cada pescado bello
se ve una escama distinta,
en cada escama una tinta
y en cada tinta un destello.”
(Salvador Rueda)

Entraban por calle Larios los cenacheros por la mañana temprano, cantando su mercancía. Por ella, al atardecer, los biznagueros, con sus pencas realzadas de jazmines, perfuman tus calles con aroma de jazmín. Tus mujeres ensalzan su belleza llevando los jazmines entre el pecho, o entrelazado en el pelo. Mujeres que te hacen volver la vista a su paso. Tienen el encanto de Eva. No es posible resistirse a sus encantos. El paraíso, está aquí. No lo busques más.

Málaga. Capital de la provincia. Provincia desconocida, a pesar de recorrer tu nombre el mundo entero. Guardas en tu interior auténticos tesoros. Tesoros naturales. Tapizada con montañas agrestes y pueblos blancos, como color de flor de almendro en sus laderas. Tus serranías guardan historias de bandoleros. De amantes. Cuentan que dos de ellos se tiraron desde lo alto de una peña que hay entre Antequera y Archidona (2) Dicen también, que una vez, un pueblo del interior, en la Sierra de Las Nieves, había una mujer que por ser tan mala, le llamaban “La Caina”. Incluso el lugar de donde dicen que la despeñaron, lleva su nombre: “El Tajo de La Caina”. Cerca, muy cerca de donde cayó el cuerpo de esa mujer, casi le da sombra, está otra roca dedicada ala amor: “El peñón de Los Enamorados”. Y sobre él, El Torrecilla. Desde aquí, se domina toda la provincia. Un manto de quejigos, abren su acceso. Sin olvidar que el paso, primero lo guardan pinsapos centenarios. Autenticas reliquias de tiempos remotos. Por esta sierra, hay un autentico tesoro. “El abuelo de la sierra”. Un castaño enorme. Dicen que puede tener ochocientos años, y los viejos del lugar, cuentan que ya sus abuelos, les dijeron, que sus bisabuelos les contaron que bajos sus ramas unos reyes, Isabel y Fernando, oyeron misa antes de la conquista de Marbella a los musulmanes. Y de esto, hace ya más de quinientos años. Si vas a visitarle, ve despacio, es muy mayor, ya aunque aún es fuerte, y no le molestan las visitas, la tranquilidad no debes alterarle. Incluso si lo haces con cuidado, te permitirá acunarte entre sus ramas. Se me olvidaba. Desde el Puerto de Los Pilones, verás Ronda. Cuna de Vicente Espinel. De Giner de Los Ríos. De Abbad Ibn Firnas. De Joaquín Peinado. Por ella pasaron Orson Welles, Rainer María Rilke, Prosper Mérimée, Ernest Hemingway. Cuando llegues a Ronda, para. Interrumpe el camino. Y después, cuando te hallas imbuido de su idiosincrasia, y disfrutado de ella, acércate a Antequera. Disfrutarás de una ciudad con arte. Y, si tienes tiempo, sube al Torcal. No te vayas tan pronto de aquí. Parada y fonda. Sus cercanías son merecedoras de un tiempo, pasa por Archidona. No lo dejes para otro día. ¡Ya que estás cerca! También verás unas montañas. Que de ser un poco más altas, dirías que estás en los Pirineos. La Sierra de Camarolos. Con sus pueblos a sus faldas. Villanueva del Rosario y Villanueva del Trabuco. Estás entrando en La Axarquía. No tengas prisa alguna. Desvíate por cualquier camino. Tal vez hacia Alfarnate, Alfarnatejo, Alcaucín, Periana, Mondrón, Comares, Cómpeta, Vélez Málaga; donde nació María Zambrano. Almachar, Nerja, Frigiliana, El Morche. Macharaviaya, la cuna de Los Galvez. Y sobre ellos, La Maroma. Aunque su cima es “granaina”, se viste con vestido de verdiales.

El mar. La mar. Desde Maro, hasta Manilva. Esa mar por la que llegaron todos aquellos que te han dado tu singularidad. Un mar donde vieron la luz por primera vez parte de las culturas que hoy son señas de tu identidad. Fenicios, cartagineses, griegos, romanos, árabes, beréberes. De todos ellos, tenemos alguna gota de sangre. Sangre que hoy se mezcla con otras que vienen de más allá del Sahara. De más allá del océano. De más al norte de los Pirineos. A fin de cuentas, Málaga, eres el crisol donde se funden los orígenes de quienes habitamos en tu suelo.

1 Platero y yo. Juan Ramón Jiménez.
2 La Peña de Los Enamorados.

 



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