Es un peculiar fenómeno óptico que se presenta tanto en el Artico como en la Antártida. No tiene relación alguna con la ventisca de nieve, calima, humo o niebla. Se produce cuando una capa baja y densa de estratos cubre el cielo y no deja ver el sol situado a unos 20º por encima del horizonte. La nieve, entonces, adopta el mismo color de las nubes. La luz difusa que llega al suelo es devuelta otra vez a la superficie cubierta de nieve, y así sucesivamente, hasta que todas las sombras desaparecen.
El fenómeno es muy difícil de describir. Lo más notable es la pérdida de la percepción de las distancias; los objetos, personas y edificios parecen estar inmersos en una atmósfera blanca y lechosa. Las ilusiones ópticas son tan intensas que no se sabe en realidad a qué distancia se encuentran los objetivos; por ejemplo, se puede llegar a tropezar con un obstáculo que se creía muy lejano simplemente porque es pequeño, o contra una pared, o caer en una zanja o depresión del terreno.
Este fenómeno es muy parecido (aunque no igual) al que ocurre en la montaña, cuando el suelo está nevado y al mismo tiempo hay niebla. Da la impresión de encontrarse en un espacio blanco, donde no hay sombras ni se puede determinar la situación por falta de referencias visibles y definidas. Entonces, los accidentes del terreno no se advierten por que todos parecen estar en un mismo plano.