17.11.07. Los Cumulonimbus arcus son una de las piezas más codiciadas por los cazatormentas en España, por traer siempre asociados fenómenos meteorológicos severos, como grandes vendavales, lluvias torrenciales o granizo. El término 'arcus' en los últimos tiempos ha venido siendo aplicado a lo que es la tormenta en general que se aproxima, con la apariencia típica para el observador en tierra de una nube de dimensiones demoledoras, con forma de arco. Justo detrás de esa nube hay un constante parpadeo de rayos y relámpagos, y es posible distinguir una imponente cortina de precipitaciones que en ocasiones, como la que nos ocupa, adquiere tonalidades verdosas lo cual sólo ocurre en los casos más violentos. Además de esta tonalidad, en la zona donde la cortina de precipitación pierde su condición justo detrás de la nube en forma de arco, suele apreciarse una franja más clara. En la mayoría de las ocasiones acompañan dos tipos de formaciones nubosas: las nubes-rodillo (roll-cloud) o las nubes-estantería (shelf-cloud); las primeras tienen forma de rodillo o croissant, mientras que las segundas, hace referencia a una disposición como en capas.

También cabe considerar que los arcus pueden estar asociados a varios tipos de tormentas, como líneas de turbonada e incluso supercélulas…


El caso que nos ocupa hace referencia a un episodio que pasará a los anales de la Meteorología como uno de los más desastrosos en cuanto a la génesis de lluvias torrenciales y de pedrisco en varios puntos de Andalucía. No me quiero extender más en la descripción y análisis de la situación atmosférica responsable, pues ello se analizará en un artículo a parte, y simplemente me ceñiré a la observación del fenómeno aquí en Salobreña (Granada), en la Costa Tropical. Este es el relato de una de las mejores cazas de toda mi vida:

El pasado día 21 de septiembre de 2007 siempre lo recordaré como un día en el que la pasión por la meteorología se puso de manifiesto en mi interior; aquél día había salido de trabajar a las 6 am y durante esa mañana sólo pude dormir a trompicones ya que el continuo paso de tormentas cerca de Salobreña, me despertaba cada dos por tres con sus truenos, y me obligaban a levantarme a comprobar el estado del cielo, equipo fotográfico en mano… Nunca olvidaré el color de las nubes que cubrían todo el cielo, ni sus formas. Oscuro, con una calma chicha, ambiente enrarecido, y sin caer ni gota… El ambiente se podía cortar a cuchillo por lo cargado. Y los foros echaban chispas por lo activo de la situación, ya que una línea de turbonada se iba moviendo de oeste a este por toda la costa mediterránea andaluza, a ratos con movimiento retrógrado, y no sabíamos realmente cómo iba a evolucionar… Hasta que llegaron las 14:30 horas de aquel día aproximadamente…. El continuo retumbar de los truenos nos sacaron a la calle tanto a mi madre como a mí. Ambos cámaras en mano, salimos corriendo a la playa, a esperar la llegada de la bestia y que nos engullera con sus fauces.

Lo que se estaba aproximando desde Almuñécar no tenía descripción alguna. Sólo provocó un éxtasis en mí. Se acercaba algo semejante al fin del mundo (al final, en Almuécar, casi lo fue…) Un arcus como nunca antes había visto, con sus barbas bajando casi hasta el nivel del mar (al llegar a Salobreña taparon el Monte de los Almendros, que dan cotas máximas de 500 m. de altitud).

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El monstruo avanzaba a toda velocidad, y observar la evolución de las barbas del arcus era todo un espectáculo, pues jirones de nubes (pannus) ascendían hacia la nube madre y se movían en todas direcciones e, incluso, en la base de las barbas se formaban pequeñas nubes embudo que se movían veloces en el mismo sentido. El viento comenzó a soplar con fuerza de levante, de costado respecto de la dirección de avance de la tormenta. Estaba entusiasmado y deseando que se formara alguna manga marina en alguno de los extremos del arco. Ya se podía distinguir el interior verdoso de la tormenta, continuamente iluminado por los relámpagos.

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En poquísimo rato, ya la teníamos prácticamente encima a la tormenta y el cambio de la dirección del viento fue brutal y brusco: de repente éste viró al SW, dirección de procedencia de la bestia, pero un viento muchísimo más frío y fuerte que el precedente. Mi estación meteorológica Davis registró una racha de 71 km/h. Mi madre comenzaba a tener miedo y me pedía que nos marcháramos. Yo quería aguantar allí hasta que se echara a llover, para dar la bienvenida a tan esquivo pero poderoso y majestuoso monstruo. La gente corría despavorida por el paseo marítimo, viendo lo que se echaba encima.

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Al final no quedó más remedio que salir a estampida de allí, y seguir la tormenta desde casa, a través de los datos a tiempo real de mi Davis, y de los datos de radar y satélites meteorológicos. Se recogieron 30 mm. de lluvia y granizo en poquísimo rato (mi estación registró una intensidad máxima de 200 mm./h), además de una gran caída de la temperatura. Y los efectos en Salobreña fueron inmediatos, con las calles y paseo marítimo anegados por el agua.

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Datos posteriores además de las propias imágenes de los radares de Málaga y Almería, confirmarían que las mayores cantidades de precipitación se registraron en lugares como Almuñecar y Los Guájares, hablando de localidades muy próximas a la de Salobreña (distando de ésta entre 7 y 10 km. en línea recta), pues por ejemplo en el último caso se recogieron 160 mm. según datos de la Red HIDROSUR. Las consecuencias de estas lluvias torrenciales sobre la Sierra de los Guájares fue una espectacular crecida del río Guadalfeo que desemboca en la frontera entre Salobreña y Motril. Observar avenidas de tal magnitud en la zona de la desembocadura no es muy frecuente en los últimos años y, aunque en septiembre de 2006 también se produjo otra avenida, no fue tan grande como la última. Habría que remontarse como mínimo a 1997 para recordar algo similar.

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Se recomienda leer también el artículo "La 'bestia' antes de arrasar Almuñécar (Granada) ", que contiene fotos inéditas de la tormenta llegando a esta localidad antes de hacer su visita a Salobreña a continuación.

Fotografías y texto © Pedro C. Fernández Sanz

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