11.11.07. El pasado 15 de julio se cumplió el primer aniversario de la aventura que Seal, Jota, un amigo suyo y yo pasamos en el pico Mulhacén, el punto más alto de la Península Ibérica, cuando una activa tormenta nos atrapó en la cumbre. Desde luego, transcurrido tanto tiempo, recordamos el suceso como una anécdota, pero cabe recordar la cantidad de montañeros que han resultado muertos por alcance de rayo, y debe servir este reportaje como un ejemplo de qué no se debe hacer en la montaña en caso de ser sorprendido por una tormenta.

Tuvimos mucha suerte… Cabe recordar que cuando los cumulonimbos se nos echaron encima, y ya estaban en disposición de generar aparato eléctrico por su estado de desarrollo, comenzamos a sentir descargas de electricidad estática entre nosotros. Y no sólo eso, pues el amigo de Jota, al caminar por el suelo rocoso, sentía las descargas subir desde el suelo hasta alcanzar sus pies. Además, a mí se me erizó el pelo y sentí la misma sensación que cuando se acerca el brazo a una pantalla de tubo de un televisor. ¡Las descargas de estática incluso eran audibles al provocar pequeños chasquidos!


El 15 de julio de 2006 habíamos quedado pronto en la mañana en Capileira para coger el bus desde allí, el cual nos dejaría en el Alto del Chorrillo (2500 m. de altitud) y desde allí comenzaríamos a caminar. Así, tras un buen desayuno en el bello pueblo alpujarreño, y tras un bonito y breve viaje en el bus, comenzamos a caminar. Era media mañana, y el cielo ya dejaba ver formaciones de altocúmulos sobre el Mulhacén, el Veleta y otros picos anejos. Yo ya había avisado desde el día anterior que había una alta probabilidad de que hubiera tormenta durante ese día, ya que en la jornada anterior sí que había habido y existían las mismas condiciones atmosféricas que entonces. Mientras subíamos, las formaciones de altocúmulos iban creciendo, dando paso a nubes más desarrolladas de tipo cúmulo, que no paraban de crecer. Estábamos encantados pues la perspectiva que teníamos de las nubes a aquella altura era excepcional.
 
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Yo estaba convencido de que íbamos a pillar tormenta, aunque mis compañeros eran algo más excépticos, y de ningún modo nos esperábamos lo que terminaría ocurriendo. Cada pocos metos ascendidos hacíamos una parada para hacer fotografías de las nubes que, a mediodía, eran ya congestus de pleno dereho, incluso cumulonimbus calvus que mostraban píleos, dándonos a entender que la tormenta estaba asegurada. Aun así, queríamos verlas desde el Mulhacén, descargando en la Hoya de Guadix – Baza.
 
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Eran las primeras horas de la tarde y ya habíamos coronado. Nos habíamos hecho algunas fotos en el hito que marca la cumbre, sobre la pequeña hermita. A pesar de que las nubes seguían creciendo, éstas aún no tapaban el sol y el viento a penas era perceptible. Estábamos en manga corta y la sensación térmica era magnífica. Pero de pronto, el tiempo dio un cambio radical: comenzó a soplar viento intenso del norte, que ascendía por la cara del macizo con esa misma orientación, a la vez que los cumulonimbos se nos echaban encima y tapaban el sol. El ambiente se volvía frío y desapacible. Comenzamos a dudar si era bueno que permaneciéramos allí arriba mientras terminábamos de comer… Como se puede ver en las siguientes fotos, mías y de los compañeros Dani y Jota, el ambiente se había cerrado por completo:
 
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Comprendimos que no podíamos seguir allí arriba porque se formaron cortinas blancas de precipitación que sugerían ser granizo, y esas cortinas se acercaban de forma inexorable hacia nosotros. Aún tuvimos valor de aguantar un poquito más para hacer unas fotos del tremendo espectáculo que nos otorgaba tan alto punto de vista. Quién sabe cuándo volveríamos a tener una oportunidad como aquella, cazar una tormenta a casi 3500 m. de altitud…
 
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Y entonces llegó lo peor: al rozarnos, comenzamos a sentir descargas de electricidad estática. Yo, que estaba apartado unos 20 metros de mis compañeros, aún en la cima, escuchaba los chasquidos de estas descargas. Al principio no éramos conscientes de lo que estaba pasando. Pero cuando también las descargas se producían al tocar nuestras cámaras, cuando el amigo de Jota, al caminar por las rocas, sentía que las descargas alcanzaban sus pies subiendo desde el suelo, o cuando a mí, el bello de los brazos y el pelo de la cabeza se me erizó, sintiendo la misma sensación que cuando se acerca un brazo a la pantalla de un televisor de tubo, nos dimos cuenta del serio peligro que corríamos. 
 
Comenzamos a sentir que el miedo invadía nuestros cuerpos, y que la adrenalina fluía por cada poro de nuestra piel. Al no existir lugar alguno en el que guarecernos, y tomando la peor decisión de todas, decidimos salir corriendo de allí, para intentar alcanzar zonas bajas lo antes posible, pues estábamos completamente expuestos a ser alcanzados por un rayo. Y, al poco de comenzar a correr, un tremendo fogonazo saltó a nuestra espalda y al poco, un gran trueno nos hizo encoger el corazón… No sabíamos dónde meternos, haciendo veloces carreras monte abajo con pequeñas paradas. Jota tuvo la sangre fría de tomar algunas instantáneas en esos momentos en que parábamos. Mi cara es delatora y fiel reflejo de lo que sentíamos:
 
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En una de las paradas comenzamos a oir un rumor que se acercaba desde el noreste… ¡Era la precipitación de granizo que nos estaba alcanzando! Menos mal que encontramos unas pequeñas oquedades entre las rocas donde parte del grupo consiguió guarecerse. Como yo no cabía y llevaba chubasquero, hice uso de él. El granizo tenía forma irregular y caía con tal fuerza que hacía realmente daño. Me coloqué la mochila en la cabeza e intenté capear la granizada mientras los rayos caían a nuestro alrededor. Desde allí vimos dos cosas impactantes: 1) una pareja que había estado en la cima con nosotros, que caminaba veloz a través de una inmensa llanura elevada que formaba el terreno poco más abajo de donde estábamos nosotros. No quería mirar porque mi imaginación los veía a los dos fulminados por un rayo, cosa que afortunadamente no llegó a pasar. 2) vimos un gran rebaño de cabras monteses de por lo menos 40 individuos, que se congregaban entorno a un peñasco, y uno de los individuos se subía en él. Allí aguantaron la pedregada. También pensábamos que los veríamos morir alcanzados por algún rayo… Pero eso tampoco ocurrió.
 
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Y por fin la tormenta fue amainando un poco, y por fin decidimos salir de allí y seguir bajando… y una vez abajo respiramos muy pero que muy aliviados… Incluso nos encontramos con un grupete de montañeros murcianos que habían compartido ascensión con nosotros, pero que habían decidido bajar por otro camino. A ellos también les alcanzó la granizada y, al contrario que nosotros, no pudieron guarecerse… Y los chichones que mostraban en sus carnes delataba tal hecho, y la furia y tamaño con que había caído el granizo. 
 
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Por fin todo había concluído, y no había ocurrido ninguna tragedia… Después, durante la bajada en el bus desde el Alto del Chorrillo, de regreso a Capileira, contamos a un agente forestal nuestra vivencia. Criticó nuestra actuación ya que en estos casos, los grupos han de separarse por si se produce un alcance por rayo, sólo se vea una persona afectada. De todos modos, con el suelo empapado por la lluvia y el granizo, de haber caído un rayo cerca, hubiéramos muerto todos fulminados con mucha seguridad…
 
Ya en Capileira, y antes de poner rumbo a nuestros lugares de origen, unas buenas rondas de cerveza mientras comentábamos lo sucedido, ayudaba a relajar tensiones. La caminata incial, la carrera posterior, y la enorme descarga de adrenalina nos había dejado completamente rotos, destrozados……………… Los cazatormentas, cazados…………………………..
 
Nota: algunas de estas fotos fueron emitidas en su día en el espacio de "El Tiempo" de Antena3, de la mano de Roberto Brasero y Joan Escoda.
 
Fotografías: (c) Pedro C. Fernández Sanz – (c) Daniel Díaz – (c) Jose A. López.
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