Coincidiendo con la efeméride de los 30 años de la firma del Protocolo de Montreal, los datos que llegan desde la Antártida son muy buenos. No solo se ha detenido el crecimiento del agujero de la capa de ozono, como se había detectado años atrás, sino que se empieza a observar una recuperación, una ganancia.
No cabe duda de que el tratado de Montreal debería servir de ejemplo para que los países más contaminantes tomen nota y que si se hizo un esfuerzo eliminando la producción de gases CFC, también se puede disminuir la emisión de gases de efecto invernadero para conseguir en unos años un clima más benigno… o al menos para intentarlo.
El agujero de la capa de ozono alcanzó su menor tamaño en 29 años
Los últimos datos recabados sobre la extensión y densidad de la capa de ozono en la Antártida son muy positivos. Este año el agujero en la capa de ozono en la Antártida llegó a medir 19,6 millones de km2, un dato que no se alcanzaba desde 1988
El agujero de ozono –en tonos morados– sobre la Antártida, el 2 de octubre de 2017
¿Por qué ha sido un año especialmente positivo?
La desaparición paulatina del agujero de la capa de ozono en el Polo Sur se debe fundamentalmente a que cerca del 99% de las sustancias que destruyen el ozono, como los clorofluorocarbonos (CFC) ya no se emiten a la atmósfera.
Pero además, cada año, se dan una serie de condiciones meteorológicas que favorecen o no una disminución más acusada. Un claro ejemplo fue 2002 cuando el vórtice polar se dividió en dos partes y posibilitó una menor destrucción del ozono.
Este año, las temperaturas en la estratósfera antártica durante septiembre fueron inusualmente cálidas lo que estuvo causado por la presencia de fuertes perturbaciones de las ondas que emanaban de la tropósfera. Y este factor ha ayudado a una menor destrucción del ozono durante el invierno del Polo Sur.
Para la comunidad científica el dato de 2017 es especialmente alentador pues si se compara con el del 2016 el agujero de la capa de ozono fue de 22,4 millones de km2 y si lo hacemos con el año 2006, el agujero de ozono en la Antártida alcanzó un máximo histórico de 29,6 millones de kilómetros cuadrados, con el menor nivel de ozono jamás registrado.
Ciclo anual
Como hemos explicado en ocasiones anteriores, el aumento de los niveles de cloro en la atmósfera desde la década de los 1980 junto con uso de los gases llamados cloroflourocarbonados (CFC) se formó un descenso en la densidad de la capa de ozono que cubre la Antártida.
Desde 1980, este agujero se expande durante la primavera del Hemisferio Sur (entre agosto y septiembre) y se reduce durante el otoño periódicamente.
Gracias a la prohibición internacional de este tipo de compuestos químicos, la capa de ozono se ha ido recuperando lentamente. La capa de ozono protege a la Tierra de la peligrosa radiación ultravioleta que procede del sol y que puede causar cáncer de piel.
Mejoría paulatina y firme
Las observaciones más recientes estaban constatando una paulatina recuperación del agujero de la capa de ozono existente sobre la Antártida: con sus lógicos máximos y sus mínimos anuales, los científicos habían evidenciado una disminución notable en los últimos años de dicho agujero, gracias a la puesta en marcha de las medidas acordadas en el Protocolo de Montreal durante las últimas décadas.
Pero el hecho de que se obtengan datos tan positivos como el de 2017 hace albergar la esperanza de que sea una recuperación consolidada, sin grandes pasos atrás en los próximos años.
Posible repercusión en el clima
El agotamiento del ozono contribuye al enfriamiento de la estratosfera inferior, lo que a su vez provoca cambios en la circulación estival del hemisferio sur que ha sido estudiada por diversos grupos científicos en las últimas décadas, con los consiguientes efectos en la temperatura de la superficie, las precipitaciones y los océanos.
En el hemisferio norte, donde el agotamiento del ozono es menor, no se estima ninguna relación estrecha entre el agotamiento del ozono estratosférico y el clima troposférico.
Contrapartida de la eliminación de los CFC
La principal reducción de la capa de ozono se produjo tras la puesta en marcha de las medias del Protocolo de Montreal que consiguieron disminuir en un 90 % las emisiones de gases a base de clorofluorocarbono (CFC) utilizados en los productos refrigerantes, espumas, aerosoles y equipos de extinción de incendios.
Como contrapartida, mucho de esos gases fueron sustituidos por gases de efecto invernadero, trasladando en cierta medida el problema medioambiental a otro escenario.
Y es que los hidrofluorocarbonos (HFC), sustitutos de los CFC, aumentan en un 7% cada año y aunque no afectan a la capa de ozono contribuyen a aumentar la temperatura global de la Tierra como consecuencia del denominado efecto invernadero.
How the world avoided losing its protective layer of ozone – The effect of the Montreal Protocol in reducing the use of chlorofluorocarbons pic.twitter.com/e8QCvnD3vQ
— World and Science (@WorldAndScience) 8 de octubre de 2017
Pero hay que seguir trabajando
Pese a todo lo comentado, aún existen dudas sobre si un calentamiento de la temperatura de la estratosfera en la Antártida a largo plazo podría contribuir a la reducción de este agotamiento del ozono.
De hecho, actualmente los científicos están trabajando para determinar si la tendencia agujero de ozono en la última década es el resultado del aumento de la temperatura o bien de la disminución de cloro. Un aumento de la temperatura de la estratosfera sobre la Antártida disminuiría el área del agujero de ozono.
Las estimaciones satelitales las mediciones basadas en tierra por diversas estaciones, muestran que los niveles de cloro están disminuyendo, pero sin embargo las mediciones de la temperatura de la estratosfera en esa región son menos fiables para realizar conclusiones de tendencias a largo plazo.
30 years ago the world pledged to fix the ozone layer. And it worked https://t.co/SN24X5Cpkr pic.twitter.com/eEs45Vr1Ga
— World Economic Forum (@wef) 7 de octubre de 2017
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