La frecuencia de aparición de las nubes noctulicentes podría tener una relación directa con la presencia de los gases de efecto invernadero en la atmósfera.

Así lo afirma un estudio de investigación realizado por Franz Josef Lübken, investigador del Instituto Leibniz de Física Atmosférica en Kühlungsborn, Alemania, quién ha analizado exhaustivamente esa dependencia.

Su presencia ha aumentado en los últimos años

El trabajo de investigación indica que aunque este tipo de nubes ha estado presente siempre en la atmósfera la probabilidad de verlas siglos atrás era muy baja. Sin embargo, en las últimas décadas su avistamiento es relativamente fácil y muchos observadores meteorológicos disfrutan fotografiándolas.

La importancia del metano

Para llegar a esta conclusión, Lübken y sus colegas utilizaron observaciones satelitales y modelos climáticos para simular los efectos del aumento de los gases de invernadero en la formación de nubes noctulicentes desde 1871 a 2008.

Como sabemos, el vapor de agua en la mesosfera proviene de dos fuentes: el vapor de agua que sube desde la superficie terrestre, y el metano, un potente gas de invernadero que produce vapor de agua a través de reacciones químicas en la mesosfera.

Y es precisamente el aumento de la concentración del metano en la atmósfera el que ha influido en que este tipo de nubes aparezca con mucha más frecuencia en el cielo. De hecho, según el estudio, el aumento en las emisiones de metano incrementó las concentraciones de vapor de agua en la mesosfera en un 40% desde fines del siglo XIX.

La clave está en que las mayores cantidades de vapor de agua permite la formación de cristales de hielo más grandes, que tornan las nubes más visibles.

Dicho de otra forma, la mayor visibilidad de las nubes nocturnas y brillantes es un indicador de que el cambio climático está afectando a la mesosfera.

¿Qué son las nubes noctulicentes?

La nube noctulicente también conocida por nube polar mesosférica, se consigue ver sólo durante la noche y en ciertas zonas de la Tierra.

Se forma en la parte superior de la estratosfera, en altitudes entre 76 y 85 Km, rozando los límites del espacio.

Esa zona de la atmósfera, donde prácticamente no hay vapor de agua (la cantidad de agua allí es millones de veces inferior a la presente en la composición del aire existente en el Sáhara) se trata de la parte más fría de la envolvente terrestre, pudiendo descender la temperatura hasta los -125 ºC.

Brillantes, nacaradas, azul eléctrico

Su aspecto es el de un velo de color azul eléctrico, tan finas que sólo resultan visibles en contraste con un cielo oscuro nocturno cuando el sol se ha puesto pero aún alcanza los confines superiores de la atmósfera.

Estas condiciones tan específicas se suelen dar solamente por encima de los 50 º de latitud, hacia ambos polos de la Tierra, en lugares como Escandinavia, Siberia o Escocia aunque se ha documentado su avistamiento en latitudes medias como Estados Unidos (en Washington y Oregon) y hasta en Turquía e Irán.

Incluso como os hemos comentado en alguna ocasión, este tipo de nubes han sido fotografiadas desde la Estación Espacial Internacional.

Un poco de historia

La primera observación documentada de este tipo de nubes data de después de la erupción del Krakatoa, en Indonesia, en 1.883. Como sabemos, enormes cantidades de ceniza volcánica fueron arrojadas a la baja atmósfera por aquella extraordinaria explosión, lo que provocó que en los meses siguientes se sucedieran espectaculares salidas y puestas de sol las cuales fueron una especie de obsesión mundial.

Los científicos de la época asociaron ambos fenómenos rápidamente pero cuando pasado dos años del fin de la erupción empezaron a disminuir en belleza y frecuencia, pero en cambio, se empezaron a observar finos velos nubosos durante la noche, entendieron que dichas partículas habían llegado a los confines de la atmósfera y estaban siendo iluminadas por el sol ya oculto en tierra. Ese primer avistamiento oficial de nubes noctilucentes data de julio de 1.885 por Robert Leslie.

Más estudios ratifican esta tendencia

Este trabajo de investigación no es el único que apuesta por esta teoría, en esta otra publicación de la revista Journal of Geophysical Research: Atmospheres podemos leer conclusiones similares.

Aquí los científicos utilizaron los datos de temperatura obtenidos desde 2002 hasta 2011 por parte de la misión de la NASA Thermosphere Ionosphere Mesosphere Energetics and Dynamics (TIMED) así como los obtenidos por la misión y los datos de vapor de agua de la misión Aura de la NASA desde 2005 hasta 2011.

Referencia: https://agupubs.onlinelibrary.wiley.com/doi/abs/10.1029/2018GL077719